Jhon Henry Beltrán: El concierto de una vida
Subía por las escaleras del pasillo de un hotel; enmohecido, pero no olvidado, como todos los recuerdos del centro histórico de la ciudad; por entre las paredes se entretejía el olor de algunos viajeros transitorios o inquilinos permanentes; quizá de jovencitas para alquilar, de jóvenes no tan jóvenes y de viejos no tan viejos,… o de pronto, no se sabe…, de niños no tan niños.
Hay claridad en el recinto, los balcones son amigos de la luz, y la atraen; dejan que entre la prosperidad del medio día, que esa bola de fuego que arde allá en lo alto por encima de todos nosotros, invada el ambiente. Y esa luz, ceremoniosamente entra en el breve espacio, entra y se sienta como una señorita de su casa, esperando que llegue la noche y la recoja. El techo blanco daba la impresión de que pronto podría colapsar, quizá algo colapsaría, quizá todo podría derrumbarse, menos la esperanza de un hombre que a pesar de los tragos amargos que le tocado tomar, por negligencia de terceros, o simplemente porque así es la vida, que de repente, comienza a dar golpes duros sin saber por qué; nunca deja de sonreír, ni de cantar, ni de vivir,… ni de cantar.
Por que así vive, cantándole a la vida, y escuchando su repertorio diario en la travesía; viven dándose conciertos solidarios, porque él escucha a la vida en los buses, y la vida lo escucha a él con su con esfuerzo; un esfuerzo de gusto, un esfuerzo sudoroso y cansado, a veces un poco agrio y triste por la soledad, o dulce por la satisfacción de reconocer la importancia de estudiar en la Universidad pública, la Universidad de la Calle. Pero no importa, quiere cantar siempre, aunque lo hayan desterrado gracias a una guitarra, a esa guitarra con la que ahora se gana el pan de cada día. La guitarra con la que a diario Jhon Henry Beltrán Monterrosa, un tipo alto y flacucho, que va con su guitarra recorriendo las calles y las ciudades en busca de su respeto y el respeto de los demás.
Jhon Henry nació en algún día del año 1976 en Barranca Bermeja, Se divirtió mucho en la escuela, porque le gusta aprender. Creció aprendiendo a ser un tipo responsable; Se enamoró un día cualquiera y de la unión de esos dos cuerpos enamorados nació una pequeña niña. Quería continuar con sus estudios, y por esta razón, estudiaba por las mañanas derecho, y en la noche trabajada de vigilante en una Universidad privada de la ciudad. Llevaba un año trabajando, cuando por desgracia, un recorte de empleados tocó su suerte.
No sabía tocar muy bien la guitarra, pero al quedar sin trabajo, decidió irse a los parques de su natal Barranca Bermeja a cantarle a la gente, que al verlo, se burlaba; porque después de tener un trabajo fijo y de estudiar una carrera, lo tildaban de loco por estar cantando canciones maltrechas en un parque, con un guitarra que sólo manoseaba como si fuera una mujer de la calle; pero que con el tiempo, y gracias a varios métodos de aprendizaje, sus manos torpes pudieron desvirgarla, y tocar melodías y cantar canciones, con todo el respeto que merecía aquel instrumento profanado del que ostentaba.
Después de un tiempo, decepcionado de los sinsabores de su vida, y consigo mismo de cómplice, fraguó su huida; no anunció a nadie lo que pensaba hacer, simplemente llegó a su casa, cogió dos mudas de ropa, su guitarra y el poco dinero que lo acompañaba para iniciar un nuevo recorrido en Bucaramanga, decidió ir a rebuscarse, a lucharse el pan… a recorrer más ciudades, cantando en más parques… Pero el Bucaramanga no le fue del todo bien... Afirma que su vida allá fue todo un desastre, debía pagar 7.000 pesos de hotel más otros 7.000 para su sustento, y aunque le da gracias a Dios porque nunca se acostó con el estómago vacío, lo que ganaba sólo le alcanzaba para supervivir. Y debía mandarle dinero a su hija, que estaba muy pequeña en ese entonces. Por fin, cumplió 92 días en Bucaramanga, 92 días en los que pudo reunir el dinero suficiente para irse a Barranquilla, entonces se puso otra vez la ropa en la espalda, y simplemente se fue…
Llegó a Barranquilla, y su corazón le decía que allí iba a tener nuevas oportunidades; al ver tantos buses, sintió una emoción profunda, y se emocionó tanto, que al intentar interpretar una de aquellas canciones remendadas por su memoria, una de esas que tanto se sabía y que era de esas difíciles de olvidar, su voz le hizo quedar mal; estrictamente se limitó a salir, o a veces salía pero trastabillando… Nunca había sentido tanto pánico en su vida de artista, sentía las miradas acosadoras de la gente, lo desnudaban, quizá sentían celos de aquel forastero que pisaba esa tierra ajena, esa tierra que no había sido prestada por ellos ni por un momento para vivirla.
Allí sólo bastaron dos meses para comenzar a ver la productividad. Su guitarra, esa “mujerzuela” que una vez fue despreciada por su familia, era la fuente de su sustento diario; era la que le permitía sentir que tenía el control del mundo, le hacía sentir poder cuando sentía en sus manos ese gran puñado de monedas; no le hacía falta nada, yendo de bus en bus y haciendo lo que le gustaba, se ganaba su sustento y el de su madre, que ahora cuidaba de su pequeña.
Después de mucho tiempo en Barranquilla, sintió haberse “perrateado” la ciudad, entonces uno de sus compinches, le propuso venir al corralito a vacacionar. Sí señoras y señores, vino por una semana y ya lleva 5 años en esta ciudad de turistas. Enloquecido con las noches llenas de agua de sal, caballos cocheros, siendo testigo de los enamorados a la luz de la luna, cuando está llena o aún cuando está vacía. La caja registradora, así como desde el primer día en que decidió quedarse, le sigue sonando. Su trabajo le da para todo, es su propio jefe, tiene su propio horario, se pone sus metas y se traza sus límites.
Cuando llegó a esta ciudad, se fue a vivir a Paseo Bolívar, Allí se hospedaba en una pieza, donde pagaba mensualmente 200 mil pesos, diariamente se embarcaba en una mototaxi para desplazarse a su sitio de trabajo; y luego tomaba otra para llegar a su casa. Eso sumaba 3 mil quinientos pesos diarios; y cuando no conseguía moto debía gastarse 5 mil pesos en taxis. Semanalmente debía pagarle a una mujer que le hacía el aseo a la pieza más sus tres comidas; eso sin contar las veces en las cuales estuvo al borde de la muerte, porque en distintas ocasiones un grupo de delincuentes urbanos, lo encañonó para quitarle lo cantado de todo el día. Sin embargo los benevolentes malhechores, jamás atentaron contra la integridad de su improfanable guitarra.
Además de esta vasta experiencia de sobrevivirle a los malandros, se dio cuenta que viviendo lejos del centro amurallado, gastaba mucho más de lo que estaba ganando, entonces decidió mudarse para allá.
Tocando y cantando se hace aproximadamente 50 mil pesos diarios, trabajando de 4 de la tarde a 8 de la noche. Cuando no está cantando en los buses, se dedica a impartir clases de guitarra, a personas que como él, vieron en este magnifico instrumento un cuerpo de mujer de perfecta simetría y una dulce serenata de cuerdas graves y agudas, que se tocan iguales pero diferentes, que se tocan juntas pero separadas, porque nunca una nota por pomposa que sea o por tímida que salga queda bajo la sombra de la otra.
Los domingos se va a la playa a serenatear a sus clientes. Identifica muy bien a su presa: Observa sigilosamente los zapatos y los relojes. También es vital saber qué tipo de celular lleva el que posiblemente pueda ser su comprador. Puesto que Jhon no le “bota corriente a todo el mundo”. Los clientes, son como la comida, entran por los ojos, y él los identifica muy bien antes de ofrecerle su preciado servicio. En la playa, 4 canciones valen 10 mil y en el centro, pueden llegar a costar hasta 20 mil pesos. Nadie reprocha su trabajo, porque lo hace tan bien, que su audiencia, puede llegar a considerar, que nunca será suficiente para recompensar los ratos memorables que este I pod viviente le hace pasar a su público. Este cantante innato, que lleva en la sangre la vena musical que heredó de su abuelo Pedro Beltrán “Ramayá”, uno de los más consagrados tradicionales cantautores del género cumbia.
Los turistas ya lo conocen debido a que se hizo famoso por una aparición que hizo en Wild on Cartagena, un programa para E! Entertainmet Television un canal gringo de entretenimiento, y entonces cada vez que algún turista lo ve, enseguida lo reconoce, y lo invita para comprarle sus servicios.
Gracias a ello, cuenta mientras sonríe, porque jamás para de sonreír, se fue un fin de semana para las Islas del Rosario con un grupo de mexicanos. De los cuales guarda muy buenos recuerdos, y con quien cultivó una estrecha amistad.
A pesar de haberse hecho en la calle, lleva una vida sin excesos ni codicia, se considera un hombre honrado; el pilar sobre el cual ha venido construyendo su existencia, es la honestidad. Es un hombre completamente desconfiado, detesta la gente que no da puntada sin dedal, prefiere la sinceridad ante todo, y además sueña con tener algún día otra musa que no sea la guitarra la que le quite el sueño, o mejor aún, la que le traiga más inspiraciones y sueños de colores, para colorear su vida, que a veces está un poco tiznada por la soledad que lo agobia.
Sueña con grabar y vender sus propias canciones, renuncia a la fama rotundamente, porque le gusta pasar desapercibido ante la gente; no le gusta la vida escandalosamente pública, y quizá lo sigamos viendo por mucho tiempo recorriendo la ciudad cantando sus canciones, llorando sus pesares, sonriéndole a sus sueños; aguardando la esperanza una mejor calidad de vida para la luz de sus ojos, su hija esa que la distancia no le ha dejado ver con claridad sus brillantes ojos, esa hija a la cual la vida le ha negado la posibilidad de ver crecer, pero por la cual trabaja arduamente, para ayudarla a salir adelante, y para que quizá tenga un mejor futuro, aquel que la falta de oportunidades de este país, algún día le arrebató de las manos.
Cuando el sol se oculte vagará por la ciudad, y así anda, tejiendo canciones, cruzando caminos, atajando la vida…
“Hoy me he levantado algo desanimado,
Un poco de jaqueca,
Será algo que he tomado,
He estado pensando,
He estado analizando
Que la naturaleza,
Estamos acabando…”
“Mañana buscaré salida
Al dolor en mi interior,
Buscaré tu sonrisa,
La pondré en mi canción,
Acércate,… no tengas miedo
Que yo te enseñaré el amor…”
sábado, 25 de agosto de 2007
jueves, 16 de agosto de 2007
Estatuas vivientes: otro patrimonio de Cartagena
Cuando sale el sol, comienza la travesía por la selva citadina, para Luís Carlos Gamarra. Para él, es sagrado salir todos los días a conseguir el dinero, para su sustento y el de su familia.
Muy temprano sale de su barrio República del caribe, calle Pablo VI, un barrio aledaño a las faldas de la popa, y llega hasta el centro de la ciudad, precisamente al parque de la marina a cambiar sus ropajes, y a engrasar su cuerpo latino: ya a las 8 de la mañana, está instalado en sus aposentos de trabajo, cerca de la plaza Santo Domingo. El sol irreligioso de la mañana, no es impedimento para que su cuerpo, que ahora algunas veces suele tener aspecto de esclavo o pescador, comience su habitual faena. Entretener a los turistas, esos cuerpos antónimos al color de piel que estas vivas efigies presumen, y que pagan por admirar la magia que implica ser una estatua viviente.
Él conoció de este arte a través de unos compañeros, después de tocar fondo en las 2 ó 3 ocasiones que le privaron de la libertad. Dedicación: Era jíbaro, lo dice con una voz firme, mientras sostiene la mirada. No le avergüenza decirlo; al contrario, ahora puede expresarlo con orgullo, porque reconoce su equivocación, y le da gracias a Dios, que en el día de hoy, ya no se dedica a esas actividades ilícitas. Algunas veces, también se dedicó a “esparriar”, es decir, se desempeñaba como cobrador especial en los buses de servicio público, también vendía bolsas de agua y se dedicaba a la panadería. Este multifacético personaje, ha sido un hombre trabajador, y ahora se siente más comprometido, porque son sus hijas y su esposa, esa esperanza que lo mantiene vivo.
No encontraba salida, no tenía con qué mantenerse, con qué llevarse el pan a la boca, podía amanecer con el estomago pegado al espinazo, debido al hambre, pero… ¿a quien le importa si tiene dinero para comer, y si en las noches llora porque el hambre no perdona clase social? Si señor, que retumben en los oídos de todos esta frase: “A los pobres también les da hambre”, y es apenas lógico que deban trabajar para no morirse de inanición. Desde la edad de 7 años, le ha tocado duro, creció sin sus padres, a cargo de unos tíos, que lo ponían a trabajar, y por ello se acostumbró a ser un hombre esforzado.
Desde hace seis años, en un “talambuco”, lleva sus pertenencias, lo coloca al revés y lo usa para sostenerse. Definitivamente, son inseparables, van a todos lados juntos, porque Luís Carlos, sin su improvisado pedestal, no sería nadie en el mundo de las estatuas vivientes.
Harold Herrera, récord Giness en montada de zancos, y Walter Hernández, lo iniciaron en el mundo de las artes, por medio de la Fundación Cultural Llamarada. A ellos y a la fundación, les debe que hoy tenga un sustento, que pueda pagar un techo digno para su esposa y sus 2 pequeñas hijas de 2 y 4 años. Y así como a él también metieron en el trajín de las estatuas, a Roberto Carlos, a Luís Guillermo y a Fabio Andrés, un encantador jovencito de 14 años que bromea todo el tiempo y les hace sacar la paciencia de sus cabales a las estatuas mayores.
Definitivamente, no es fácil este trabajo; Luís Carlos ha tenido que aguantar pellizcos de los niños, y hasta de grandes, cuenta que una vez una señora, ya mayor se había quedado impávida delante de él, viendo como se movía y saludaba a los transeúntes que le echaban una moneda, en un monedero improvisado con una lata, y es tan promiscuo, que recibe desde euros, dólares, bolívares, hasta botones. La señora, por fin se decidió a darle una moneda, y cuando él le extendió la mano para saludarla, ella de un zarpazo lo arrebató de su pedestal, lo haló tan fuerte que se cayó. Riéndose ya del incidente, recuerda y da gracias a Dios porque no le pasó nada grave. Y de todos modos no podía ponerse a pelear con la vetusta. Considerándolo como una falta de respeto, y porque se ha acostumbrado, a que estas cosas hacen ya parte de su trabajo.
Los evangélicos, tampoco se hacen esperar en el trabajo de hacerle la vida imposible, a estos jóvenes; pasan en frente de ellos, y con voz lacerante les gritan, “pecadores, arrepiéntanse, busquen de Dios”. Ellos se preguntan… ¿ellos que saben… se arrepentirán ellos de sus culpas, ya habrán sacado los troncos de sus ojos? Un grito desesperado emerge de sus adentros: “déjennos trabajar.”
Estas situaciones, así como “dejársela montar” por los policías, y a veces “cuadrarlos”, para que los dejen trabajar, o que gente inescrupulosa, le aumente el nivel de cloro a las aguas de la fuente del Parque Simón Bolívar, para impedirles que saquen agua con una cubeta y que enjuaguen los residuos de grasa que tienen en sus cuerpos, debido los gajes del oficio, o que les saquen fotos y vendan escarapelas, botones y afiches con sus imágenes y sin su consentimiento; o que posen para la portada de un libro que hable sobre las costumbres y la cultura cartagenera, y que ellos ni siquiera se den por enterados, y sólo meses después lleguen a conocer que además el libro tiene un módico valor de 150.000 pesos y que ellos jamás obtendrán beneficio alguno. Son cosas que han tenido que soportar, pero que ya no están dispuestos a aguantar más, y que esperan, pronto alguien tome cartas en el asunto, porque es injusto que personas pudientes, quieran seguirse haciendo ricas a costa de estos jóvenes, que se parten el lomo de sol a sol y que nadie tenga un ápice de conciencia para tenderles una mano, el día que no tengan para almorzar.
Porque aunque en un día bueno, se hagan 40.000 pesos, en un día malo, puede que se hagan 7.000 pesos, que realmente es la inversión diaria de los materiales que usan para recubrir sus cuerpos con los almizcles aceitosos que le dan el toque especial y mágico de estatuas
¡Hace 8 días le robaron!, fue a comprar una bolsa de agua a la vuelta de su sitio de trabajo, y cuando regresó ¡oh sorpresa!, halló su talambuco, que no estaba en la posición en que él lo había dejado, pero lo halló vacío, sin su ropa, sin sus papeles. Hoy es un indocumentado más, y aunque no se llevaron dinero alguno, porque no lo tenía allí, sacar la cédula y los papeles del seguro, seguramente le saldrá caro.
Aunque muchos lo juzguen como mendicidad, a ellos la plata para su sustento, no les cae del cielo, se la ganan sudada, porque estar parado 8 horas, o más encima del balde, o de la lata que sostiene sus cuerpos, no es cómodo. Además, de algo tienen que vivir, aunque sea de personificar esclavos de la época de la conquista española o representando pescadores de sueños en ese mar de la calle, que por cierto, es feroz y desalmada.
Negros azabache, que contrastan perfectamente con la frescura de una tarde en la amurallada Cartagena, que venden sus cuerpos… pero no su sexo, venden sonrisas, sorpresas, lágrimas a los tímidos niños que se oponen rotundamente, a tomarse la tradicional foto con estos mercaderes del arte, embadurnados a diario con vinilo negro, cremas y aceites, para que esos turistas antónimos al color de piel que ellos presumen, paguen por admirar la magia que tiene ser una estatua viviente.
Y aunque algunos de los transeúntes admiren complacientes estas estatuas que sigilosamente se mueven al compás de las manecillas del reloj, atrapados en un espacio inexistente, o de repente pasen frívolos ante estos maestros de la pose, hay que aprender mirarlos desde adentro, conocer sus sentires, sus vivires, redescubrir sus necesidades, su voz…porque aún siendo fieles representantes de este silencioso arte, debemos escucharlos con los ojos, verlos con los oídos porque aunque sea difícil de creer, las estatuas están allí, y a cada momento, nos hablan…nos miran, nos sienten, pero sobretodo, nos hablan y nos hablan muy fuerte…
.
Cuando sale el sol, comienza la travesía por la selva citadina, para Luís Carlos Gamarra. Para él, es sagrado salir todos los días a conseguir el dinero, para su sustento y el de su familia.
Muy temprano sale de su barrio República del caribe, calle Pablo VI, un barrio aledaño a las faldas de la popa, y llega hasta el centro de la ciudad, precisamente al parque de la marina a cambiar sus ropajes, y a engrasar su cuerpo latino: ya a las 8 de la mañana, está instalado en sus aposentos de trabajo, cerca de la plaza Santo Domingo. El sol irreligioso de la mañana, no es impedimento para que su cuerpo, que ahora algunas veces suele tener aspecto de esclavo o pescador, comience su habitual faena. Entretener a los turistas, esos cuerpos antónimos al color de piel que estas vivas efigies presumen, y que pagan por admirar la magia que implica ser una estatua viviente.
Él conoció de este arte a través de unos compañeros, después de tocar fondo en las 2 ó 3 ocasiones que le privaron de la libertad. Dedicación: Era jíbaro, lo dice con una voz firme, mientras sostiene la mirada. No le avergüenza decirlo; al contrario, ahora puede expresarlo con orgullo, porque reconoce su equivocación, y le da gracias a Dios, que en el día de hoy, ya no se dedica a esas actividades ilícitas. Algunas veces, también se dedicó a “esparriar”, es decir, se desempeñaba como cobrador especial en los buses de servicio público, también vendía bolsas de agua y se dedicaba a la panadería. Este multifacético personaje, ha sido un hombre trabajador, y ahora se siente más comprometido, porque son sus hijas y su esposa, esa esperanza que lo mantiene vivo.
No encontraba salida, no tenía con qué mantenerse, con qué llevarse el pan a la boca, podía amanecer con el estomago pegado al espinazo, debido al hambre, pero… ¿a quien le importa si tiene dinero para comer, y si en las noches llora porque el hambre no perdona clase social? Si señor, que retumben en los oídos de todos esta frase: “A los pobres también les da hambre”, y es apenas lógico que deban trabajar para no morirse de inanición. Desde la edad de 7 años, le ha tocado duro, creció sin sus padres, a cargo de unos tíos, que lo ponían a trabajar, y por ello se acostumbró a ser un hombre esforzado.
Desde hace seis años, en un “talambuco”, lleva sus pertenencias, lo coloca al revés y lo usa para sostenerse. Definitivamente, son inseparables, van a todos lados juntos, porque Luís Carlos, sin su improvisado pedestal, no sería nadie en el mundo de las estatuas vivientes.
Harold Herrera, récord Giness en montada de zancos, y Walter Hernández, lo iniciaron en el mundo de las artes, por medio de la Fundación Cultural Llamarada. A ellos y a la fundación, les debe que hoy tenga un sustento, que pueda pagar un techo digno para su esposa y sus 2 pequeñas hijas de 2 y 4 años. Y así como a él también metieron en el trajín de las estatuas, a Roberto Carlos, a Luís Guillermo y a Fabio Andrés, un encantador jovencito de 14 años que bromea todo el tiempo y les hace sacar la paciencia de sus cabales a las estatuas mayores.
Definitivamente, no es fácil este trabajo; Luís Carlos ha tenido que aguantar pellizcos de los niños, y hasta de grandes, cuenta que una vez una señora, ya mayor se había quedado impávida delante de él, viendo como se movía y saludaba a los transeúntes que le echaban una moneda, en un monedero improvisado con una lata, y es tan promiscuo, que recibe desde euros, dólares, bolívares, hasta botones. La señora, por fin se decidió a darle una moneda, y cuando él le extendió la mano para saludarla, ella de un zarpazo lo arrebató de su pedestal, lo haló tan fuerte que se cayó. Riéndose ya del incidente, recuerda y da gracias a Dios porque no le pasó nada grave. Y de todos modos no podía ponerse a pelear con la vetusta. Considerándolo como una falta de respeto, y porque se ha acostumbrado, a que estas cosas hacen ya parte de su trabajo.
Los evangélicos, tampoco se hacen esperar en el trabajo de hacerle la vida imposible, a estos jóvenes; pasan en frente de ellos, y con voz lacerante les gritan, “pecadores, arrepiéntanse, busquen de Dios”. Ellos se preguntan… ¿ellos que saben… se arrepentirán ellos de sus culpas, ya habrán sacado los troncos de sus ojos? Un grito desesperado emerge de sus adentros: “déjennos trabajar.”
Estas situaciones, así como “dejársela montar” por los policías, y a veces “cuadrarlos”, para que los dejen trabajar, o que gente inescrupulosa, le aumente el nivel de cloro a las aguas de la fuente del Parque Simón Bolívar, para impedirles que saquen agua con una cubeta y que enjuaguen los residuos de grasa que tienen en sus cuerpos, debido los gajes del oficio, o que les saquen fotos y vendan escarapelas, botones y afiches con sus imágenes y sin su consentimiento; o que posen para la portada de un libro que hable sobre las costumbres y la cultura cartagenera, y que ellos ni siquiera se den por enterados, y sólo meses después lleguen a conocer que además el libro tiene un módico valor de 150.000 pesos y que ellos jamás obtendrán beneficio alguno. Son cosas que han tenido que soportar, pero que ya no están dispuestos a aguantar más, y que esperan, pronto alguien tome cartas en el asunto, porque es injusto que personas pudientes, quieran seguirse haciendo ricas a costa de estos jóvenes, que se parten el lomo de sol a sol y que nadie tenga un ápice de conciencia para tenderles una mano, el día que no tengan para almorzar.
Porque aunque en un día bueno, se hagan 40.000 pesos, en un día malo, puede que se hagan 7.000 pesos, que realmente es la inversión diaria de los materiales que usan para recubrir sus cuerpos con los almizcles aceitosos que le dan el toque especial y mágico de estatuas
¡Hace 8 días le robaron!, fue a comprar una bolsa de agua a la vuelta de su sitio de trabajo, y cuando regresó ¡oh sorpresa!, halló su talambuco, que no estaba en la posición en que él lo había dejado, pero lo halló vacío, sin su ropa, sin sus papeles. Hoy es un indocumentado más, y aunque no se llevaron dinero alguno, porque no lo tenía allí, sacar la cédula y los papeles del seguro, seguramente le saldrá caro.
Aunque muchos lo juzguen como mendicidad, a ellos la plata para su sustento, no les cae del cielo, se la ganan sudada, porque estar parado 8 horas, o más encima del balde, o de la lata que sostiene sus cuerpos, no es cómodo. Además, de algo tienen que vivir, aunque sea de personificar esclavos de la época de la conquista española o representando pescadores de sueños en ese mar de la calle, que por cierto, es feroz y desalmada.
Negros azabache, que contrastan perfectamente con la frescura de una tarde en la amurallada Cartagena, que venden sus cuerpos… pero no su sexo, venden sonrisas, sorpresas, lágrimas a los tímidos niños que se oponen rotundamente, a tomarse la tradicional foto con estos mercaderes del arte, embadurnados a diario con vinilo negro, cremas y aceites, para que esos turistas antónimos al color de piel que ellos presumen, paguen por admirar la magia que tiene ser una estatua viviente.
Y aunque algunos de los transeúntes admiren complacientes estas estatuas que sigilosamente se mueven al compás de las manecillas del reloj, atrapados en un espacio inexistente, o de repente pasen frívolos ante estos maestros de la pose, hay que aprender mirarlos desde adentro, conocer sus sentires, sus vivires, redescubrir sus necesidades, su voz…porque aún siendo fieles representantes de este silencioso arte, debemos escucharlos con los ojos, verlos con los oídos porque aunque sea difícil de creer, las estatuas están allí, y a cada momento, nos hablan…nos miran, nos sienten, pero sobretodo, nos hablan y nos hablan muy fuerte…
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martes, 22 de mayo de 2007
QUE VIVA EL TINTO A CIEN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
La tarde caía, por todo, parecía un día normal; la gente caminaba por las calles del centro como todos los días, los negocios atendían como de costumbre,...pero de repente, estudiantes dela universidad de Cartagena comenzaron a aglomerarse en la plaza de los estudiantes... ¿qué pasa? el run run por los pasillos de la Universidad se hacìa más notable, olía a rabia, a rebelión..., la incorformidad se paseaba por toda la cuadra, pero claro no faltaba más La plaza de los estudiantes estaba siendo invadida..., después de un tiempo que se mantuvo sellada por los avatares de la construcción, derepente las láminas de zinc se desploman, ¿y qué vemos? un Juan Valdez, ha puesto su bandera de conquista sobre la plaza, llegó sin avisar, sin pedir permiso,aparentemente por unos días, pero quería llegar para quedarse...
Adolorido Adolorido el corazón por una plaza, por una plaza, que juan Valdez se la robó! Así coreaba este cúmulo de estudiantes, que estaba dispuesto adefender a pecho y espada su espacio, el espacio del tinto a cien,el espacio del patacón con todo, el del mandarinazo, el de los veteranos de la abogacía, el espacio de los emboladores, el de los estudiantes...
...¿Es justo que entidades privadas quieran tomarse el espacio público cada vez que sele dé la gana? que nos dejen sin espacios para socialización, espacios que generan empleo a gente necesitada, esos espacios de tertulia y tinto que afianzan la tradición oral de esta ciudad que guarda tantos secretos en sus calles, en sus viejos, en sus arboles... en su plaza de los estudiantes...
Estamos llamados adefender lo de nosotros, si nosotros no lo defendemosaquien le vamos a dejar esa tarea? por eso...
SI EL ESTUDIANTE PROTESTA, EL GOBIERNO SE EMPUTA; Y SI SE EMPUTA, QUE SE EMPUTE, QU HIJUEPUTA NOJODA!!!!!!!!!!!!!!
La tarde caía, por todo, parecía un día normal; la gente caminaba por las calles del centro como todos los días, los negocios atendían como de costumbre,...pero de repente, estudiantes dela universidad de Cartagena comenzaron a aglomerarse en la plaza de los estudiantes... ¿qué pasa? el run run por los pasillos de la Universidad se hacìa más notable, olía a rabia, a rebelión..., la incorformidad se paseaba por toda la cuadra, pero claro no faltaba más La plaza de los estudiantes estaba siendo invadida..., después de un tiempo que se mantuvo sellada por los avatares de la construcción, derepente las láminas de zinc se desploman, ¿y qué vemos? un Juan Valdez, ha puesto su bandera de conquista sobre la plaza, llegó sin avisar, sin pedir permiso,aparentemente por unos días, pero quería llegar para quedarse...
Adolorido Adolorido el corazón por una plaza, por una plaza, que juan Valdez se la robó! Así coreaba este cúmulo de estudiantes, que estaba dispuesto adefender a pecho y espada su espacio, el espacio del tinto a cien,el espacio del patacón con todo, el del mandarinazo, el de los veteranos de la abogacía, el espacio de los emboladores, el de los estudiantes...
...¿Es justo que entidades privadas quieran tomarse el espacio público cada vez que sele dé la gana? que nos dejen sin espacios para socialización, espacios que generan empleo a gente necesitada, esos espacios de tertulia y tinto que afianzan la tradición oral de esta ciudad que guarda tantos secretos en sus calles, en sus viejos, en sus arboles... en su plaza de los estudiantes...
Estamos llamados adefender lo de nosotros, si nosotros no lo defendemosaquien le vamos a dejar esa tarea? por eso...
SI EL ESTUDIANTE PROTESTA, EL GOBIERNO SE EMPUTA; Y SI SE EMPUTA, QUE SE EMPUTE, QU HIJUEPUTA NOJODA!!!!!!!!!!!!!!
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